El ámbito en que
habría de desarrollarse esta nueva proeza de la Aviación
Militar española, en una época en que nuestros
aviadores no dejaban que se marchitaran los laureles que
años tras año reverdecían, iba a ser
el compacto continente africano, aún muy misterioso
en aquellos años. No era fácil ni cómoda
la empresa que se afrontaba; por el contrario, estaba lleno
de riesgos, ya que se desarrollaría sobre las atormentadas
cumbres del Atlas, el inmenso y desconocido Sáhara
y la obsesionante selva del Níger. Y si la primera
parte del vuelo ofrecía riesgos indiscutibles con
sus ásperas elevaciones y la fuerte turbulencia en
ellas habitual que habría de ser soportada por el
aeroplano cuando aún estaba muy pesado, el desierto
se presentaba como una inmensidad de más de 2.000
km. y doce horas de vuelo, con sus tormentas de arena, y
con los aviadores desamparados en caso de una avería
que les forzara a tomar tierra, con posibilidades mínimas
de llegar a ser encontrados o alcanzar algún lugar
en que poder ser atendidos, dada la escasez de habitantes
en el enorme océano de arena y la poca garantía
que ofrecía la hospitalidad de las feroces tribus
saharianas, verdaderos piratas de las desoladas inmensidades.
Y no se piense que, vencido el desierto y volando ya al
sur del paralelo 15, los peligros habrían pasado,
ya que muchos más peligros que en el Sáhara
resultaría una avería que obligara a descender
en la espesura de la selva ecuatorial, donde el aeroplano
quedaría sumergido en las profundidades de la vegetación,
y los aviadores, caso de sobrevivir al choque, perdidos
en el oscuro y denso infierno, a merced del morboso clima
y de la hostil Naturaleza.
Ya en 1926, con ocasión del estupendo
raid de la patrulla «Atlántida» se había
pensado que un aeroplano terrestre uniera los mismos puntos,
en un solo salto, para lo que se emplearía un biplano
Loring R-III, de diseño y construcción nacionales,
al que se había transformado para dotarle de gran
autonomía, y que sería tripulado por el jefe
de grupo Barberán y el de escuadrilla González
Gil; pero la circunstancia de no estar suficientemente experimentados,
ni la versión modificada del avión, ni el
motor, hizo que se desechara la idea.
Ésta fue de nuevo puesta en
actividad por el capitán Cipriano Rodríguez
Díaz, a raíz de ser batidos, por él
y el teniente De Haya, los récords mundiales de velocidad
citados en el capítulo anterior. Como ya se dijo
para realizar estas pruebas y establecer unas marcas que
no serían superadas hasta 1935, habían utilizado
el Breguet XIX Gran Raid, núm. 71, de los fabricados
por CASA, en 1927, en Getafe, comprobando el excelente comportamiento
del avión y del motor, así como la capacidad
de ambos aviadores, para resistir la fatiga inherente a
tantas horas sin cambiar de postura.
El capitán Cipriano Rodríguez
y el teniente Carlos de Haya –a la sazón destinados
en el grupo de experimentación y en el Servicio de
Material de la Aviación Militar, respectivamente-,
que habrían de ser los protagonistas del vuelo de
Madrid a Bata, estudiaron y presentaron a la superioridad
un proyecto detallado que, con la modificación de
algunos detalles secundarios, fue debidamente autorizado.
Los aviadores comenzaron inmediatamente los preparativos,
determinando que el vuelo se llevaría a cabo aprovechando
la luna llena de diciembre, ya que los antecedentes meteorológicos
recogidos hacían ver que era esta la época
más favorable para la travesía del desierto;
este tramo del raid se efectuaría de noche para eludir
el peligro que representaban las nubes de arena.
El Servicio de Protección de Vuelo
de Aviación Militar se encargó de efectuar
los trabajos necesarios para poder contar con los informes
meteorológicos precisos para la realización
del vuelo; estos informes –de tres clases: climatológicos,
situación general sinóptica y estado de la
ruta- facilitaron a los aviadores, además de una
,muy acertada hoja de situación atmosférica
en la ruta, una serie de datos que sirvieron para preparar
el vuelo con garantías de éxito.
Decidieron que la ruta que seguirían
sería la ortodrómica, sobre la que la distancia
entre Madrid y Bata era de 2.468 millas -4.572 km.-. La
navegación que efectuarían sería astronómica,
aunque llevándola simultáneamente a la estima,
ya que era problemático que las circunstancias meteorológicas
permitieran realizar las necesarias observaciones astronómicas.
Contaban para la navegación con dos brújulas
–de inducción una, u magnética la otra-
anemómetro, altímetro, navígrafo Wimperis,
20 botes fumigenoluminosos, derivómetro, corrector
de rumbos Coutinho, un sextante de burbuja, tres cronómetros
fijos que habían estado en observación durante
tres meses, almanaque náutico y tablas especiales
para el cálculo rápido de la línea
de posición. En las semanas anteriores al vuelo,
el capitán Rodríguez, con el tesón
y minuciosidad en él características, practicó
con el sextante, realizando numerosas observaciones.
Cuando faltaban pocos días para las
fechas que se consideraban más propicias para iniciar
el raid se decidió que, en lugar de iniciarse éste
en Barajas según el plan original, tuviera como punto
de partida el aeródromo de Tablada, ya que el despegue
con mucho peso era preferible realizarlo a nivel del mar,
aprovechando de paso la pista que en su día se había
preparado para el despegue del Jesús del Gran Poder.
Por otra parte, no tenía importancia la disminución
de la distancia que se iba a cubrir en 300 km., pues el
vuelo no tenía pretensiones de récords –ya
que éste estaba establecido en una distancia mucho
mayor que la que pretendía recorre el 12-71-, sino
el propósito que el comandante Pastor, director de
Aeronáutica, definía en unas declaraciones
a la prensa: «Realizar un viaje científico
para el progreso de la navegación aérea. Cubrir
la distancia entre nuestra patria y sus posesiones más
alejadas, en un solo vuelo. Demostrar las posibilidades
de la Aeronáutica nacional. Conservar nuestro prestigio
entre los indígenas de Guinea que se sentirán
así más cerca de la metrópoli.»
El 16 de diciembre, ya debidamente revisado
el 12.71 para el raid, Rodríguez y De Haya realizaron
un vuelo de prueba, de cuatro horas de duración,
quedando satisfechos del comportamiento de avión
y motor. El 21 por la mañana volaron de Madrid a
Sevilla a donde llegaron tras un agradable vuelo de dos
horas, quedando en Tablada en espera de condiciones meteorológicas
favorables para la realización del vuelo. El 12.71
quedó cargado y dispuesto.
Aunque el tiempo era bueno para el vuelo
el día 23, con alguna nubosidad en el Atlas, el viento
de bastante fuerza y normal a la pista de despegue, decidió
a los aviadores a retrasar un día el viaje, dado
que el tiempo tenía tendencia a mejorar.
A las 9 de la mañana del día
de Nochebuena, el 12.71 fue llevado a la pista del Jesús
del Gran Poder; allí, brillando al sol su pintura
de aluminio, con los distintivos de Aviación Militar
y con los tres récords alcanzados por el avión
y los tripulantes el año anterior, pintados en el
fuselaje, quedó colocado en posición de despegue,
con el patín sobre el carrillo auxiliar de dos ruedas
que ya se había utilizado con éxito en las
diversas ocasiones en que se habían efectuado despegues
con Gran Raid con mucho peso.
Se encontraba el 12.71 cargado y listo para
la empresa; llevaba combustible para treinta y cinco horas
de vuelo, víveres y correspondencia para Bata y Santa
Isabel y para el gobernador de la colonia, así como
diarios de Madrid y Sevilla. En el avión iba una
jirafa de trapo que haría de mascota. El aparato
tendría un peso al despegue, de 4.265 kg.
Poco después de la 10 y cuarto, Rodríguez
y De Haya, vistiendo monos provistos de resistencias eléctricas
para la calefacción, llegaron al aeroplano acompañados
por numerosos compañeros y amigos que iban a despedirles.
Ambos aviadores llevaban al cuello sendas medalla de la
Virgen de Loreto, regaladas por el Aero Club sevillano.
En tierra aún, se ajustaron los atalajes
de los paracaídas y subieron al avión, ocupando
el capitán Rodríguez el puesto posterior de
la cabina, y el teniente De Haya, el delantero. Puesto en
marcha el motor –que ya estaba caliente y probado-
los aviadores cerraron la cabina, hicieron señas
para que fueran quitados los calzos, saludaron con la mano
e iniciaron el despegue. Eran las 10 horas y 40 minutos.
El cielo estaba despejado y con muy buena
visibilidad; soplaba un Nordeste flojo. El carrillo se desprendió
cuando el avión apenas había recorrido 200
metros, yéndose éste al aire, entre el ruidoso
entusiasmo de los asistentes, tras una carrera de unos 800
metros. De Haya mantuvo el aparato cerca del suelo para
que fuera adquiriendo velocidad, iniciando suavemente la
subida cuando aún faltaba bastante para alcanzar
el límite del campo. A las 10 y 41 minutos del jueves,
24 de diciembre de 1931, Rodríguez y De Haya, a bordo
del Gran Raid 12-71, escoltados por dos avionetas del Aero
Club sevillano, iniciaban la aventura, poniendo rumbo a
Utrera, ciudad que sobrevolaron poco después. El
avión marchaba más ligero de lo que podría
esperarse con la carga que llevaba, y con una velocidad
indicada de 120 km/h. y un pequeño ángulo
de subida, iba ganando altura progresivamente, llevando
ya casi 1.600 metros al pasar sobre Grazalema, un poco al
oeste del Cabezo del Moro que quedó sensiblemente
a la misma altura que el aparato. Faltando un minuto para
el medio día, pasaba el 12.71 por la vertical de
Estepona, a 2.300 metros de altitud y ascendiendo, y se
internaba en el mar de Alborán que se veía
allá abajo, azul y luminoso, apenas rizado por un
viento flojo de Levante; allí, sobre Estepona, se
despidieron las avionetas con amplios y prolongados alabeos
que fueron correspondidos por Carlos de Haya. El capitán
Rodríguez comunicó por radio su posición
a Tablada, que acusó recibo y deseó buena
suerte a los aviadores.
A las 1 y 25 alcanzaba el avión la
costa africana, abordándola en la kábila de
Bocoia, sobre Morro Nuevo, un poco al oeste de la bahía
de Alhucemas, donde seis años antes ambos aviadores
habían participado en las operaciones con que las
Fuerzas españolas de Tierra, Mar y Aire habían
realizado el primer desembarco llevado a cabo con éxito
en la historia contemporánea de las guerras, iniciando
así el último capítulo de las largas
campañas españolas en Marruecos, donde tanta
gloriosa sangre habían derramado los soldados de
nuestra patria. Llevaban volando dos horas y cuarenta y
cuatro minutos cuando cortaban el paralelo35 Norte. Poco
después, ya estabilizado el aeroplano a 3.000 metros,
pasaba sobre el Yebel Amekrán, monte del que una
vieja tradición rifeña decía que «si
cayera algún día en manos del infiel, los
cristianos se apoderarían de la kábila de
Beni Urriaguel y la dominarían durante treinta años».
El avión volaba a una velocidad sobre
el suelo de 135 km/h., debiendo llevar una corrección
de deriva de 3 grados para compensar el viento; pronto se
sobrevolaron las primeras estribaciones del Atlas, cubiertas
en la parte española de bosques de coníferas,
destacando algo a la derecha de la ruta, el Yebel Tidiguín,
con su cima de 2.450 metros, y la grande y oscura mancha
del bosque de centenarios cedros de Ketama. Por allí,
donde los ásperos picachos de la cordillera sobrepasan
los 2.000 metros, la turbulencia era bastante considerable.
Pasó por debajo del avión la ciudad de Tazza,
y pronto empezó a suavizarse el terreno, a medida
que se avanzaba hacia el sur, al tiempo que el paisaje iba
empobreciéndose, siendo cada vez más escasas
las manchas forestales y más frecuentes los grises
pedregales estériles que se alternaban con algunos
espacios mal cubiertos de áspera y la hierba donde
pastaban rebaños de cabras y carneros. A las 4 de
la tarde, llegando los aviadores a la vertical de Colomb
Bechar cuyas construcciones reflejaban el sol ya muy bajo
sobre el horizonte, decidieron aquellos comer unos fiambres
y una pastilla de chocolate. Desde que habían estabilizado
el aeroplano a 3.000 metros, recién entrados en África,
llevaba los mandos Cipriano Rodríguez, ya que habían
determinado que durante la noche fuera De Haya quien llevara
el peso del pilotaje, y habría de estar descanso.
El crepúsculo coincidía con
la entrada de los aviadores españoles en el Sahára,
internándose entre dos luces en la inmensa soledad
del desierto. A las 5 y media estimó el navegante
que cortaban el paralelo 30; acababan de dejar un poco a
la derecha la ciudad de Igli, y ya era de noche cuando percibieron,
con toda nitidez, las luces de Beni Abbés. El vuelo
transcurría con toda normalidad, y la navegación
que llevaban eran a la estima, pues el cielo, cubierto,
no dejaba ver ninguna estrella. El terreno que sobrevolaban
era prácticamente llano, y tenía una altitud
media de 600 metros, y aunque la altura superior del desierto
–el monte Tahat, de 2.918 metros, en el macizo del
Hoggar- debía quedar bastante al este de la ruta
del 12-71 decidió Rodríguez ascender 500 metros,
continuando el vuelo a 3.500.
A las 7 y 35, unas luces que se divisaron
en el suelo, y que fueron identificadas por Cipriano Rodríguez
como Raggán, indicó que iban bien en la ruta,
que llevaban una velocidad sobre el suelo de 161 km/h. y
que cruzaban el meridiano de 0 grados, dejándolo
al oeste.
El cielo continuaba cubierto; a las 9 y
17 calculó Rodríguez que el 12-71 cortaba
el paralelo 25, y unas luces que con dificultar divisaron
les hizo ver que sobrevolaban Ualién y que se habían
desviado ligeramente a la derecha, por lo que Rodríguez
decidió disminuir 4 grados el rumbo, para corregir
la pequeña deriva observada.
Estaban los aviadores volando a la altura
del legendario Hoggar que quedaba unos 250 km. a Oriente.
Allí, en el misterioso macizo montañoso que
culmina en el monte Tahat, habitan los tuareg (los Abandonados
de Dios); uno de los grandes peligros que siempre presentó
el Sáhara. En Timanraset, el ´´ único
verdadero poblado permanente, residía a la sazón
el administrador francés.
A las 10 y media cortaban los aviadores
el trópico de Cáncer, y el paso fue celebrado
con un pequeño refrigerio y una taza de café.
Hora y media más tarde, a las 12 en punto de la noche,
sobrevolaba el avión español el otro macizo
montañoso de importancia, del centro del Sáhara,
el Adrar de los Iforas, poblado, lo mismo que el Hoggar,
por los imugar (Hombres libres), que aquí rechazan
el nombre de tuareg y se llaman así mismos, tamasechk.
El Adrar de los Iforas es una zona montañosa, de
125.000 kilómetros cuadrados de superficie, con alturas
que se escalonan entre 600 y 1.000 metros. Su capital es
Kidal, y en ella residía el administrador francés.
Los tamasechk son tan sanguinarios y crueles como los demás
imugar.
Los aviadores celebraron la Nochebuena brindando
con una copa de coñac. De aquel momento diría
más tarde el capitán Rodríguez: «¿El
momento de la Nochebuena en el aire? ¡Ah¡ Nada
que se preste a evocaciones literarias. Sin visibilidad
y, por tanto, sin el elemento lírico de las estrellas.
Nos limitamos a festejarla bebiendo una copa de coñac».
El punto medio de la ruta lo determinó
el navegante a la 1 y 25 del día de Navidad; habían
recorrido 2.156 km. en diecinueve horas y cuarenta y cuatro
minutos de vuelo, con una velocidad media de 146’34
km/h. Tomó los mandos Cipriano Rodríguez para
que De Haya pudiera descansar un rato, rato que se prolongó
hasta las 4 de la mañana. A las 4 y 37 determinó
el navegante que se encontraban en el paralelo 15 y en el
meridiano 5 Este, ya superado el desierto, sobrevolando
a la sazón la sabana, y empezando a percibir en el
ambiente la proximidad de la selva del Níger, río
famoso en la antigüedad, rival del Nilo, al que la
superstición pagana atribuía un origen celestial.
Poco después de las 6 y media comenzó
a clarear el horizonte por Oriente, y media hora más
tarde, en un cielo ligeramente brumoso, se levantaba el
sol iluminando tenuemente un paisaje de sucesivas lomas
de color ocre, con manchas aisladas de vegetación
y algunos poblados dispersos. Rodríguez y De Haya
celebraron la aparición del sol que daba fin a aquella
larga noche, hicieron una ligera comida y el primero de
ellos pudo determinar la posición, a las 8, cortando
el paralelo 10. Poco menos de dos horas después,
perpendicular a la marcha del avión, se presentó
el río Benue, el principal afluente del Níger,
que, caudaloso y de perezosa corriente, marchaba hacia el
Oeste enmarcado por escarpadas orillas de árido aspecto.
El 12-71 cortó el río en el punto en que confluye
con él el Katsina, lo que confirmó los cálculos
de Cipriano Rodríguez que situaban al avión
ligeramente desviado a la izquierda de la ruta.
A las 11 el aeroplano se encontraba a 540
km. de Bata lo que a la velocidad que en aquel momento desarrollaba
el 12-71, significaba que faltaban poco más de tres
horas para alcanzar el éxito del raid. Por primera
vez, desde que a las 3 y media de la tarde anterior había
acusado recibo Tauima a su informe de posición, recibían
los aviadores respuesta a los mensajes que cada media hora
habían emitido; esta vez, aunque con muchas interferencias
y poca claridad, supieron que Fernando Poo había
recibido su comunicación.
Ya entonces sobrevolaban la selva ecuatorial,
inmerso mar de vegetación en el que todos los tonos
del verde estaban representados; acá y allá,
caprichosamente esparcidos, de la semiuniforme superficie
sobresalían árboles gigantes que se elevaban
varias docenas de metros sobre el conjunto. Pronto, casi
enfrente de los aviadores empezó a destacarse la
enorme mole del monte Camerún, gigante de 4.070 metros
de altura, que se alza a muy poca distancia de la costa
en el fondo de la bahía de Biafra; a pesar de estar
el cielo casi despejado, le rodeaba una corona de nubes
cuya base estaba a unos 3.000 metros, por encima de la que
asomaba amenazador el cono de su cúspide.
El mar era alcanzado por el 12-71 a las
11 y 43 en una costa cubierta de mangles que llevaban la
espesa vegetación de la selva hasta el mismo borde
del agua; pronto sobrevolaron el amplio estuario del Wuri,
en el fondo de uno de cuyos recodos se alza la ciudad de
Duala que pasó por debajo de los aviadores sin que
apenas se fijaran en ella éstos que solamente tenían
ojos para la hermosa isla de Fernando Poo, iluminada por
el sol del medio día, toda verde y brillante destacando
en el tranquilo mar, rematada por el majestuoso pico de
Santa Isabel, de 3.007 metros de altura; en el centro de
una semicircular bahía abierta al norte, blanca y
alegre, con las torres de su catedral señoreándola,
se extendía Santa Isabel, la capital de la colonia.
El avión marchaba con rumbo sur a
lo largo de la costa, cruzó sobre el islote Malimba,
en la desembocadura del Sanaga, sobrevolando un paisaje
de selva y mar, a izquierda y derecha, respectivamente,
algo diferente del que hasta entonces habían contemplado
los aviadores, ya que en éste, entre la vegetación
de la orilla –en la que destacaban los cocoteros-
y el mar, se interponía una larguísima playa
de blanca arena, únicamente interrumpida por las
desembocaduras de los no escasos ríos. No tardó
el 12-71 en alcanzar la desembocadura del Campo, río
que formaba la frontera norte del territorio español;
allí inició De Haya el descenso, pudiendo
gozar, a medida que se aproximaban al suelo, del estupendo
panorama que ofrecía la selva guineana, coronada
de tanto en tanto por gigantescas ceibas y salpicada de
pequeños claros de verde hierba, en muchos de los
cuales se alzaban poblados formados por corto número
de chozas. El avión, a 350 metros de altura al llegar
a Bata, a la 1 y 45 de la tarde, efectuó una protocolaria
vuelta de saludo sobre la ciudad, maniobra que sirvió
al propio tiempo para que De Haya localizase el terreno
dispuesto para el aterrizaje, situado al sur de Bata, junto
al río Ekueku. El improvisado aeródromo consistía
en un claro, amplio y llano, cubierto de tupida hierba,
a poca distancia de Bata y no mucho más de la costa,
junto al poblado de Iowé por el que pasaba la pista
de Río Benito. Sus límites estaban señalados
con lienzos blancos junto a los que se apiñaba una
considerable cantidad de personas que constantemente aumentaba
al ir llegando muchas más que, al ver el avión,
corrían hacia el campo. Un bote de humo que se encendió
al llegar el aeroplano a la vertical de Bata, y que fue
renovándose hasta que aquel estuvo en tierra, señalaba
la dirección del viento, muy ligero, que soplaba
del primer cuadrante.
A las 13 horas y 52 minutos tocaban las
ruedas del 12-71 la suave superficie del aeródromo
de Bata. Acababan de cubrir, el capitán Cipriano
Rodríguez y el teniente Carlos de Haya, 4.312 km.,
en un vuelo de veintisiete horas y once minutos de duración,
a una velocidad media de 158’08 km/h.
La acogida que los aviadores tuvieron en
la Guinea continental española aquel viernes, día
de Navidad de 1931, fue extraordinaria; puede asegurarse
que ni un solo español del territorio estuvo ausente
del campo de aterrizaje. El gobernador –venido expresamente
de Fernando Poo- y las demás autoridades, recibieron
con entusiasmo, al pie del avión, la felicitación
navideña que de la lejana patria les llevaban los
aviadores en fecha tan señalada, experimentando una
gran alegría al poder leer prensa de la Península
con sólo un día de retraso. Una gran cantidad
de morenos de ambos sexos y de todas las edades aclamó
a los oficiales españoles que, aunque algo agarrotados
por la veintisiete horas que habían permanecido sin
apenas cambiar de postura, no sentían mucho la fatiga,
y que luego de un baño caliente y una comida navideña
servida con poco protocolo en la residencia del subgobernador,
quedaron en perfectas condiciones para empezar a recibir
los agasajos que no cesaron a lo largo de la semana que
permanecieron en la colonia.
En España, donde se había
sentido una gran preocupación al no tenerse noticias
del 12-71 en el curso de todo el día 25, fue creciendo
la ansiedad hasta que a primeras horas del 26 se recibió
en la compañía Transradio un telegrama de
Santa Isabel, que decía: «A las 14 horas de
ayer aterrizó campo de aviación Bata aparato
12-71 tripulado Rodríguez y De Haya, siendo cariñosamente
recibido autoridades, población española,
indígena, ovacionándolos por éxito
vuelo. Aviadores llegaron perfectamente estado de salud.
Satisfechísimos buen tiempo travesía.»
La llegada de esta noticia llenó de alegría
a los españoles que, no por habituados a los éxitos
de los aviadores militares, celebraban menos las hazañas
que estos prodigaban.
La dirección de Aeronáutica
recibió de los aviadores un telegrama en que informaban:
«A las 14 horas tomamos tierra en Bata sin novedad,
invirtiendo en el recorrido veintisiete horas diez minutos
que se desarrolló sin incidentes por itinerario previsto.
Avión y motor en excelente estado. Se procede a revisión.
Avisaremos fecha dispuesta para regreso. Saludos respetuosamente.
Rodríguez.» Contestó el director de
Aeronáutica con otro que decía: «Capitán
Rodríguez y teniente De Haya. En nombre propio y
del Servicio, recibid entusiasta felicitación y fraternal
abrazo por vuestro triunfo. Pastor.»
El éxito de este difícil y
arriesgado vuelo se debió a una serie de factores
entre los que los más importantes fueron: el excelente
comportamiento del motor y del avión en general,
consecuencia de la calidad de fabricación de ambos;
la minuciosa preparación del raid realizada por dos
de los aviadores más científicos y técnicos
del momento, basada en un concienzudo estudio meteorológico
realizado por el Servicio de Protección de Vuelo;
la acertada elección de la fecha y la hora de su
iniciación, para lo que fue fundamental dicho estudio
meteorológico.
Una de las mayores autoridades aeronáuticas,
mundiales, de la época, el comandante Emilio Herrera
Linares, considerado como uno de los primeros científicos
de Europa, por sus trabajos matemáticos de investigación
aeronáutica, diría: «Como español
estoy satisfechísimo del vuelo de Rodríguez
y De Haya. Merecen toda clase de elogios por los momentos
difíciles que han tenido que afrontar. Por fortuna
tuvieron el acierto de elegir la fecha exacta para realizar
el viaje con las mejores probabilidades de éxito.»
Los protagonistas del vuelo quitaron importancia
a todo lo que pareciese espectacular aventura, y el capitán
Rodríguez diría a los periodistas: «Los
buenos vuelos no tienen historia; todo se desenvuelve normalmente.
La realización corresponde al cálculo y la
aventura se cumple sencillamente.» No olvidó
poner un telegrama al jefe de Protección de Vuelo,
en el que decía :«Capitán Rodríguez
a comandante Cubillo. Tiempo durante la ruta exactamente
según la predicción de esos servicios. Nuestra
enhorabuena y saludo afectuoso.»
Los días 27 y 28 realizaron sendos
vuelos sobre el continente, tomando una serie de fotografías
que resultaron de gran interés para las autoridades
de la colonia. El 29 se inició la revisión
del aparato, llevándola efecto el cabo de Aviación
Militar Casiano Ferrer Pérez que para auxiliar a
los aviadores había ido con antelación a Bata;
aquellos participaron en los trabajos de revisión,
y el día 31 quedaba ésta concluida; el estado
en que encontraron al avión era excelente, no obstante,
se le cambiaron los filtros y las bujías. El nacimiento
del año 1932 hallaba al 12-71 listo para emprender
el regreso a la patria.
Dado que el propósito del viaje –unir
en un solo salto la Península y la colonia de Guinea-
estaba ya logrado y, en consecuencia, el raid culminado
con éxito, y considerando que las condiciones del
campo de aviación de Bata no permitían el
despegue del aparato con el peso necesario para efectuar
el retorno directo, se proyectó éste en cinco
etapas: Bata-Niamey (1.52 km.), Niamey-Bamako (1.068 km.),
Bamako-San Luis de Senegal (1.000 km.), San Luis-Las Palmas
(1.425 km.) y las Palmas-Madrid (1.775 km.; en total, 6.778
km.
Despegó el 12-71 a primeras luces
del domingo, 3 de enero; pese a lo temprano de la hora,
el aeródromo estaba concurridísimo, tanto
de blancos como de nativos, que querían despedir
a los aviadores. La mañana era espléndida,
y, luego de despedirse de cuantos allí estaban con
un amplio gesto de los brazos, cerraron la cabina, en la
que ambos aviadores ocupaban los mismos puestos que en el
viaje de ida, y con facilidad, dado que el avión
solamente pesaba 3.215 kg., por llevar combustible únicamente
para quince horas, se fue al aire entre el entusiasmo de
la multitud; una protocolaria vuelta sobre Bata y una pasada
al campo, y el 12-71 se dirigió directamente a Fernando
Poo, iniciando así la primera etapa del viaje de
regreso. Eran las 7 y cuarto de la mañana.
Habían transcurrido una hora y treinta
y cinco minutos cuando el avión sobrevolaba Santa
Isabel y efectuaba un giro de 360 grados, como despedida
al gobernador, continuando el vuelo hacia el continente,
y ganando altura para llegar a la costa a 2.500 metros,
estabilizando en este nivel el aeroplano, pasándose
sin solución de continuidad, del mar a la selva,
del océano de agua al de vegetación, densísima
en la proximidad del delta del Niger con su laberinto de
brazos de agua que, formando innumerables y frondosas islas,
buscaban el mar. Sobrevolaron durante casi cinco horas la
selva que luego se fue aclarando hasta desaparecer, discurriendo
luego el río caudaloso y en ocasiones rápidos
y turbulento, por un terreno pedregoso y casi desértico
en el que era muy escasa la vegetación y no muchos
los poblados.
A las 6 de la tarde, ya con luz crepuscular,
tomaba tierra el 12-71 en el aeródromo de Niamey,
luego de diez horas y cuarenta y cinco minutos de vuelo,
siendo recibidos los aviadores por un comandante francés
y otras autoridades, y una considerable multitud de blancos
y negros que celebraron ruidosamente la llegada del avión
español. Permanecieron en Niamey, Rodríguez
y De Haya, agasajados por las autoridades y por la colonia
francesa, hasta el martes, día 5, en que a las 8
y media de la mañana despegaron con destino a Bamako,
en la primera parte del curso del Níger.
El vuelo se desarrolló al principio
sobre un terreno de color ocre, con vegetación rala
y relieve bastante ondulado; pronto los escasos árboles
se hicieron más raros aún, y el 12-71 voló
sobre un paisaje pedregoso, alternando por mesetas muy llanas
cubiertas de ásperas hierba grisácea.
Todo transcurría con normalidad cuando
de modo inesperado se formó una tormenta de arena
que, además de reducir notablemente la visibilidad,
podía resultar peligrosa para el motor que aún
debía cubrir 5.000 km., antes de terminar la misión:
esto hizo a Rodríguez adoptar la decisión
de tomar tierra en una zona muy apta, lisa, limpia y totalmente
despejada. Era la 1 y 30 de la tarde, y llevaban volados
820 km. en cinco horas de vuelo.
El aterrizaje fue perfecto y el avión
quedó parado tras un corto recorrido. Los aviadores
saltaron a tierra y comprobaron la buena disposición
del terrero. Dos horas más tarde, pasada la tormenta
de arena y con el cielo despejado, iniciaron el despegue
para cubrir los 250 km. que los separaban de Bamako, pero
cuando llevaban rodados unos 100 metros, aún con
la cola baja, empezó a sentir De Haya un rozamiento
que frenaba la rueda derecha; cortó motor, y casi
instantáneamente aquélla se agarrotó,
iniciando el avión el caballito a aquel costado,
metiendo el plano izquierdo en tierra, produciéndose
en pocos segundos el desastre al romperse la pata izquierda
sobre la que cayó todo el peso del avión.
Allí había terminado el raid.
Estaban los aviadores a poca distancia del
poblado indígena de Korondongon, del que no tardaron
en llegar unos negros de elevada estatura, que desde el
primer momento mostraron una actitud de auténtica
hospitalidad, conduciendo a Rodríguez y a De Haya
–que no habían sufrido la más mínima
lesión- a su poblado, preparando para ellos un guiso
de ave y alojándolos en las mejores chozas del poblado.
Al propio tiempo enviaron aviso de la estancia de los aviadores
al puesto francés de Kutiala, a 80 km. de distancia,
y de allí vino un teniente con un automóvil
a buscarlos, siendo huéspedes del jefe del puesto
durante tres días. Un equipo de mecánicos
franceses llevó a cabo la recogida del 12-71, desmontándolo
y embalándolo para su traslado a España, y
en Kutiala y Korondongon permanecieron los aviadores españoles
hasta ver terminada la operación, regresando seguidamente
a la patria.
Desde la salida del 12-71 de Niamey no se
habían recibido noticias de él, y la inquietud
crecía en España, temiendo por la suerte de
los aviadores. Bien es verdad que sucedían en nuestra
patria acontecimientos que distraían la atención
de los españoles: el 31 de diciembre, en el pueblo
de Castilblanco, los cinco guardias civiles que constituían
el puesto habían sido asesinados con una crueldad
inaudita. No obstante, eran muchos los que sintieron un
gran alivio cuando el día 6 se hizo público
un telegrama, vía Transradio, que decía: «Avión
encontrado día 6 a 86 km. de Kutiala. Kutiala a 300
km. al este de Bamako. Aviadores sin novedad. Sale una columna
francesa a recoger aviadores españoles.»
Este percance sufrido cuando ya estaba logrado
el éxito deslució bastante el triunfo: a su
llegada a España, fuera de los medios aeronáuticos,
ya casi nadie se acordaba del entusiasmo despertado por
la llegada del avión a Guinea. No obstante, los periódicos
trataron a los aviadores con justicia, y tanto la prensa
nacional como la extranjera, dieron al vuelo toda la importancia
que tenía. En el número del 4 de enero de
1932 decía el londinense the times: «Dos aviadores
españoles han logrado vencer por el aire las misteriosas
junglas del continente africano. A partir de este momento
se debe a ellos la apertura de una nueva ruta, militar y
civil. La civilización les debe este gran servicio
que la han prestado. Sus nombres quedarán grabados
en la historia del Mundo.» Como
anécdota del viaje a Bata trajo a un niño indígena huérfano de unos
diez años a quien educó y cuidó hasta que cayera en Teruel. Estaba a
punto de cumplir los 18 años. El capitán Rodríguez y el
teniente De Haya murieron en combate durante la última
guerra civil; De Haya, en febrero, y Rodríguez, en
octubre de 1938, en el frente de Aragón, el primero,
y en el de Castellón, Rodríguez; éste
ganó la Medalla Militar, y De Haya, la Cruz Laureada
de San Fernando.
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